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En esta ocasión nuestro secretario Alejandro García nos realiza una revisión de distintas estrategias preventivas y su eficacia. Vamos a verlo. 

El criminólogo contra el crimen

Por Alejandro García
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Prevenir el crimen no es tarea fácil, son muchos los factores que llevan a una persona a cometer un delito. Algunos de éstos pertenecen a la propia persona (por ejemplo, impulsividad), otros a la estructura (como el subempleo), a la situación concreta (por ejemplo la ausencia de vigilancia) etc…El criminólogo es el profesional encargado de descubrir cuáles son estos factores y de neutralizarlos a través de estrategias de reducción criminal, mejorando así la seguridad ciudadana.

En este artículo pretendo exponer cómo la criminología contribuye, a través de  sus investigaciones, a saber qué funciona y qué no funciona contra la delincuencia. Comenzaremos echando un vistazo a las estrategias más llamativas: el endurecimiento penal y las estrategias policiales. Hecho eso, dejaremos de hablar de policía y prisiones para centrar la atención en algo más curioso: las estrategias de prevención comunitaria y situacional. Finalmente, terminaremos hablando de algo muy prometedor denominado prevención por intervención temprana, también llamada prevención juvenil. Dicho esto, comencemos.

Estrategias de endurecimiento penal

En primer lugar, las estrategias de endurecimiento penal consisten en intentar reducir la delincuencia a través de endurecer las leyes o de amenazar a los delincuentes. Esta idea se basa principalmente en que el ser humano, antes de actuar, se detiene a ponderar los costes y beneficios de su acción. Al partir de esa base ya estamos cometiendo un error: ignoramos que mucha gente actúa directamente sin plantearse las consecuencias de sus actos (impulsividad). De hecho muchas personas internas admiten que en el momento de delinquir ni siquiera pensaron en el castigo legal.  Por otro lado, para que las normas consigan prevenir el delito, es necesario que el delincuente  las conozca, que las tenga en cuenta a la hora de ponderar los costes y beneficios y que esté dispuesto a cambiar su conducta. Por supuesto es harto complicado que los tres requisitos se cumplan.

La criminología ha demostrado que endurecer las penas o amenazar sirve de poco, de hecho muchos programas que se han basado en el endurecimiento han resultado ser contraproducentes o no han tenido efecto alguno. “ScaredStraight”, que pretende reducir la delincuencia cogiendo a menores delincuentes y llevándolos un tiempo a una prisión adulta para que sepan lo que les espera si no cambian fracasó (Ariza, 2011), “MinorsLikeAdults”, que consiste en aplicar a los menores las penas de un adulto, también se considera un fracaso (McGowan et al., 2007). El inflamiento penal que han recibido los delitos de drogas en múltiples países no ha dado, tampoco, resultados positivos. A esto debemos añadir que introducir mucha gente en nuestras prisiones supone un incremento de la población penitenciaria, algo que sólo empeora las condiciones de vida en prisión y, por tanto, dificulta mucho la rehabilitación (al final, por tanto, resulta contraproducente).

Por otro lado, cuando las amenazas se acompañan de ayudas o la prisión va junto con  buenos tratamientos los resultados mejoran bastante. El programa “cesefire”,  por ejemplo, amenaza a las bandas a la vez que ofrece ayudas a los pandilleros.Los resultados encontrados en este programa son muy buenos (Braga, Kennedy, Waring, & Piehl, 2001). Un programa similar se realizó en  Louisiana y también documentó reducciones delincuenciales (Corsaro, 2015). Lo mismo podemos decir de su aplicación en Indianápolis, Los Ángeles y Chicago (Ariza, 2011). Por otro lado, en prisión, los programas de rehabilitación también consiguen reducir la delincuencia, Redondo y Garrido, (2008) nos demuestran su eficacia con delincuentes sexuales. En conclusión: el mero endurecimiento, por tanto, es inútil y contraproducente. Si se produce internamiento, debe acompañarse de medidas complementarias como ayudas o buenos tratamientos.

Estrategias policiales.

En segundo lugar, respecto a estrategias policiales, siempre oímos hablar de incrementar el número de efectivos policiales o de aplicar políticas de “tolerancia cero”.  No funciona ni una cosa ni la otra. Según la criminología, aumentar un 10% el número de policías lleva consigo una reducción delincuencial del 3% (Ariza, 2011). Siguiendo esa lógica, si duplicamos nuestros efectivos (cuando apenas tenemos recursos para hacer un aumento del 25%) la delincuencia sólo se vería reducida en un 30%. Esto es, evidentemente, una estimación teórica. La práctica puede ser otro cantar, pero siempre se repetirá la misma tónica; el número de efectivos es mucho menos importante que la función que los disponibles desempeñan.

La tolerancia cero (detener a todo aquel que tenga un comportamiento incívico y tratarle como delincuente) genera delincuencia a la larga porque hace del policía un “enemigo” para  determinados sectores de la sociedad que se sienten, literalmente, acosados por los cuerpos policiales. Piénsese aquí en la teoría de la justicia procedimental, que versa que es criminógena la sensación en un sujeto de que la justicia no es “justa” con su persona ni le trata adecuadamente.

Un modelo de policía comunitaria, que busca acercarse y dar voz a los miedos de la comunidad para aumentar la seguridad subjetiva y la legitimidad policial, es también un arma de doble filo. Aquello que genera inseguridad en la comunidad es, ni más ni menos, que la presencia y la conducta de colectivos desfavorecidos o que difieren de la cultura principal. Si este interesante modelo cae en la desdicha de crear un cuerpo policial instrumentalizado por la ciudadanía, se llegaría inevitablemente a  un modelo de tolerancia cero descrito hace unas pocas líneas.

Estos enfoques de “policía contra el incivismo” no parecen efectivos, más bien lo contrario. Sin embargo la policía ofrece  muchísimas posibilidades estratégicas cuyos resultados son muy prometedores. Por un lado, tenemos toda una gama de estrategias que se basan en la colaboración entre la policía y el ciudadano. Estos programas, que han sido muy efectivos para  reducir problemas de seguridad como tiroteos callejeros (Azrael, 2013) o la radicalización violenta, pueden resumirse en que la ciudadanía dispensa determinada información a la policía a través de diversos canales de comunicación.

Por otro lado, hay también muy buenas estrategias policiales consistentes analizar datos sobre el crimen, esto es, realizar análisis de inteligencia (pero adoptando un punto de vista realista, nuestros recursos son muy ilimitados, invertir por ende dinero en policías que analicen datos implica retirar policía a pie de calle y, por tanto, perder cierto contacto con la comunidad). Estos análisis permiten a la policía estudiar cómo el crimen se distribuye en una ciudad determinada, viendo qué puntos clave agrupan más actividad delictiva y concentrando los recursos en esas zonas. Esta práctica se denomina hot-spot policing, y ofrece muy buenos resultados (Ariza, 2011). También es posible recopilar todo tipo de información relativa a la perfilación criminal y la perfilación victimológica para conocer qué probabilidades tiene una determinada persona de ser víctima o delincuente. Ésta estrategia es muy llamativa pero, por un lado tiende a utilizar variables bastante discriminatorias (como ser extranjero) y por otro lado no parece demasiado precisa. Aun así, no es disfuncional, si se hace bien parece funcionar: ciertas intervenciones basadas en la perfilación han parecido tener éxito como la practicada en Florida para la reducción de robos (Fox, 2015).

Estrategias comunitarias

En tercer lugar, tenemos las estrategias de prevención comunitaria, que consisten en dotar de recursos a la comunidad para que ella misma gestione sus problemas de seguridad. Cada barrio tiene unas determinadas características distintas al resto de territorios, la idea base es que estas características tienen un efecto, para bien o para mal, sobre el crimen. Dado que muchos estudios parecen asociar la degradación a la delincuencia, diversas estrategias comunitarias han buscado dedicar recursos a mejorar los barrios degradados para reducir su criminalidad; se construyen clubs, tiendas, centros deportivos etc… con la pretensión de mejorar la calidad de vida en la zona y conseguir una mayor cohesión social.

Otra gama de estrategias emana de la teoría del espacio defendible, que propone que un determinado territorio, si se ha construido siguiendo una lógica contraria al crimen, puede reducir sus problemas de seguridad a través de su funcionamiento natural. Me explico. Un territorio contiene una serie de elementos, estos elementos tienen una función (lavandería, tienda, banco, fuentes etc.) Esos elementos hacen que el territorio funcione de una forma determinada, pues la gente se desplazará por el mismo de forma coherente con la función de dichos elementos (se pararán a mirar las fuentes, entrarán a las tiendas, cruzarán por el paso de peatones etc.). Esta teoría dice que podemos reducir el crimen construyendo territorios con ventanas apuntando al exterior, con tiendas que dispongan de vendedores con la calle a la vista ycalles muy transitadas y bonitas (para que los vecinos se encariñen de la zona y luchen contra la desviación que encuentren en ella). Estos programas son muy prometedores y se basan en la idea de LeCorbusier de que el espacio influye en el estilo de vida. El problema es que no sabemos si funcionan o no porque, según me consta, cuando se han aplicado se ha hecho con muy bajo presupuesto y no tenemos una buena aplicación que estudiar.

Otra forma de llevar a cabo prevención comunitaria es dotando a ciertos vecinos de funciones policiales ¿A qué me refiero? Existen diversos programas conocidos bajo el término de “vigilancia comunitaria” que consisten en que determinados vecinos vigilan la calle e informan a la policía de cualquier comportamiento sospechoso. No soy muy partidario de estos programas, dado que tienen baja participación, además de que los colectivos más vulnerables tienden a no participar y que el ciudadano no está preparado para informar adecuadamente sobre problemas de seguridad. Por otra parte, la percepción de “problema de seguridad” es distinta entre el vecino y  el policía, y puede traducirse en una demanda de seguridad constante contra colectivos vulnerables (de hecho ya lo hemos avanzado cuando hablábamos de modelos policiales comunitarios).  Aunque reconozco que hay evidencia a favor de su eficacia (Bennet, Holloway & Farrington, 2008). también debo decir que los resultados son totalmente distintos en las diversas aplicaciones que se han examinado. 

Como apunte final sobre prevención comunitaria, quisiera decir que existe una línea de investigación que, en mi opinión, puede relacionarse con  este tipo de estrategias yque apoya la hipótesis de que dotar de recursos a la comunidad es beneficioso para reducir el crimen. Parece existir una relación entre sistema económico ycriminalidad.En ese sentido, diversos autores han demostrado que a mayor nivel de gasto público en servicios menor índice de criminalidad.

Estrategias situacionales

En cuarto lugar, las estrategias de prevención situacional se basan en que el delito no sucede de forma aleatoria en el espacio-tiempo, sino que depende de las oportunidades y los riesgos. Así, se parte de la base de que el delito acontece en una determinada situación, y esa situación suele tener tres elementos: un infractor motivado, un objetivo adecuado y una ausencia de vigilancia.  Cada uno de estos tres elementos puede modificarse de un modo u otro pero, para facilitar la comprensión del lector, digamos que podemos hacer prevención situacional de dos formas diferentes: alterando los objetivos o alterando el entorno que los rodea.

Uno de los elementos que configuran la situación para cometer el crimen es la idoneidad del objetivo. En ese sentido, se habla de objetivos CRAVED (Soto Urpina, 2016), que vendrían siendo objetos  fáciles de esconder, de mover, accesibles, con valor y de los que podemos deshacernos sin problemas fácilmente. Si alteramos estas características podemos tener efectos positivos sobre el crimen. A corte de ejemplo tenemos el exitoso programa “engineimmoblizers” que impide que el motor de un coche arranque sin haber recibido antes una determinada señal de que es el dueño quien desea iniciar la marcha (Potter, 2001). La geolocalización de dispositivos móviles, las marcas de agua de una fotografía y no tener los discos dentro de las tapas de los juegos en las tiendas de videojuegos, son también técnicas que convierten el objetivo en menos adecuado.

No es necesario pensar en un objeto cuando hablamos de “objetivo”, pues este puede ser perfectamente una persona poco precavida. Justo en esa línea, se ha propuesto crear oficinas criminológicas que enseñen a las personas a reducir su riesgo de victimización a través deincorporar a su vida determinadas costumbres de precaución efectivas, como distribuirse a lo largo del andén o no guardarse el móvil en el bolsillo trasero del pantalón (Ariza, 2011). Buen ejemplo de cómo nuestra falta de precaución alimenta la criminalidad la tenemos en la ciberdelincuencia, que aprovecha la imprudencia de muchas personas para engañar y apropiarse de información o incluso dinero. 

Otro elemento esencial es el entorno que rodea dicho objetivo. Impedir el acceso al objetivo (vallas), dificultar su extracción (sensores de detección de alarmas incorporadas en el producto), ampliar el riesgo de detección (cámaras de videovigilancia, iluminar calles oscuras)etc… Son tácticas que van poniendo al delincuente la cosa cada vez más complicada. La videovigilancia es la estrategia más usada de esta índole, y si bien es cierto que su efectividad cambia en función del entorno que están vigilando, en la mayoría de las ocasiones tan solo desplaza el delito o lo reduce en un 4% (Galdón, 2015). La iluminación de calles oscuras, por el contrario, es una técnica similar, pero con eficacia probada (Welsh, 2008) y sin detectar desplazamiento.

Estas estrategias tienen una valoración especialmente buena por una sencilla razón. Las estrategias que hasta ahora hemos mencionado no pueden ser aplicadas por quien debe enfrentarse cara a cara contra el crimen. Configuran un tablero que queda fuera de su alcance. La prevención situacional, en cambio, ofrece unas reglas de juego asequibles para muchos individuos, permitiéndoles “hacer algo” contra la delincuencia.

Estrategias de intervención temprana

Por último, hablaremos de estrategias que han tenido muy buena valoración por la comunidad científica: las estrategias de intervención temprana (todo este apartado se respalda en datos extraídos de Ariza, 2011).  Se parte de la base de que el cerebro juvenil está en formación, los comportamientos desviados pueden comenzar aquí y hay que actuar antes de que tales patrones conductuales se conviertan en estables.

Aunque no es la clasificación oficial, me gusta, y creo que es útil para un fin didáctico, clasificar estas intervenciones en 4 categorías: intervención pre-parto, entrenamiento del menor, entrenamiento de superiores y entrenamiento familiar. En las intervenciones pre-parto se basan en la detección de muchos factores de riesgo (nos referimos a factores que impulsan a delinquir) que provienen de la infancia temprana o del mismo embarazo. Los programas que se dirigen a ayudar a madres sin recursos embarazadas a mejorar el resultado de su embarazo han mostrado buenos resultados (Ariza 2011). También en este grupo entran prometedores programas que se encargan de ayudar a los padres en los primeros meses de vida del bebé.

Una vez el hijo/a está crecidito/a, entran en juego programas de entrenamiento del menor. Este entrenamiento puede ser para habilidades cognitivas (desarrollo de memoria, lógica, matemática etc…) muy útiles para mejorar los resultados académicos, o también para habilidades sociales. Como ejemplo de lo primero tenemos el High/scope Perry preschool Project que ha dado muy buenos resultados (Ariza, 2011) Las segundas parecen tener un efecto más modesto. Dentro de esta clase de programas, bajo el nombre de “programas de mentores” se encuentra “hermano mayor”,  una técnica muy difícil de evaluar porque cada mentor es un mundo (Ariza 2011).

Por otro lado está el entrenamiento de padres y tutores, que pretenden mejorar la relación filo-parental de las familias o la relación profesor-alumno. Parecen ser técnicas de éxito y, como ejemplo, tenemos el programa conocido como “años increíbles”. Dentro de esta categoría, incluyo los programas que no se basan en entrenar a los padres, sino a toda la familia para generar dinámicas saludables, como ejemplo tenemos el proyecto familias Dundee.

Finalmente, existen programas que prefieren actuar en todo el entorno del menor: en su familia, en la escuela, en grupos de amigos etc… Estos parecen tener también buena valoración.

Pequeña conclusión

La delincuencia puede atacarse desde prismas muy diversos. El clásico enfoque de reducción criminal a través de el aumento de severidad en la legislación o el endurecimiento del trato policial no es el único que puede adoptarse y, desde luego, no es el más efectivo. El comportamiento humano sigue una línea determinada. Para desviarlo de la misma no basta con amenazar, sino que deben estudiarse los obstáculos que impiden dicho cambio e incidir sobre los mismos.

Teniendo eso en cuenta, la criminología, en su alianza permanente con otras ciencias y disciplinas, ha desarrollado enfoques muy diversos que permiten dar un tratamiento integral al fenómeno de lo criminal. Las numerosas estrategias que se han propuesto se pueden clasificar de muchas formas diferentes, pero el criterio imperante es agruparlas en base al objetivo que persiguen.

Hemos visto, pues, que podemos hablar de prevención comunitaria (cuyo objeto es dotar de recursos a la comunidad para que gestione sus propios problemas de seguridad), prevención situacional (que tiene por misión la alteración de la situación que se encuentra el potencial delincuente, la cual brinda oportunidades criminales), la prevención por intervención temprana (con el fin de intervenir en la infancia o en etapas prenatales para evitar el desarrollo o la aparición de factores de riesgo con probable repercusión en el futuro del niño/a) la prevención policial (consistente en la movilización estratégica de los efectivos policiales y en la modificación de su papel para y con la comunidad) y estrategias legislativas (fundamentadas en el desarrollo de la legislación para que impacte de un modo u otro sobre la criminalidad o los problemas de seguridad). No existe un enfoque mejor que otro. Sino que cada uno de ellos ofrece multitud de posibilidades. Las posibilidades menos eficaces, acreditado por la criminología, son las basadas únicamente en el punitivismo.

 

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Bibliografía

Ariza, J. J. M. (2011). Políticas y estrategias de prevención del delito y seguridad ciudadana. Edisofer.

Azrael, D., Braga, A. A., & O’Brien, M. E. (2013). Developing the capacity to understand and prevent homicide: An evaluation of the Milwaukee Homicide Review Commission. Boston, MA: Harvard School of Public Health.

Bennett, T., Holloway, K. & Farrington, D. (2008). The Effectiveness of Neighbourhood Watch: A Systematic Review. Campbell Systematic Reviews. , 4(1).

Braga, A. A., Kennedy, D. M., Waring, E. J., & Piehl, A. M. (2001). Problem-oriented policing, deterrence, and youth violence: An evaluation of Boston’s Operation Ceasefire. Journal of research in crime and delinquency38(3), 195-225.

Corsaro, N., & Engel, R. S. (2015). Most challenging of contexts: Assessing the impact of focused deterrence on serious violence in New Orleans. Criminology & Public Policy14(3), 471-505.

Fox, B. H., & Farrington, D. P. (2015). An experimental evaluation on the utility of burglary profiles applied in active police investigations. Criminal justice and behavior42(2), 156-175.

Galdon-Clavell, G. (2015). Si la videovigilancia es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Cámaras, seguridad y políticas urbanas. EURE (Santiago)41(123), 81-101.

Illescas, S. R., & Genovés, V. G. (2008). Eficacia de un tratamiento psicologico para delincuentes sexuales. Psicothema20(1), 4-10.

McGowan, A., Hahn, R., Liberman, A., Crosby, A., Fullilove, M., Johnson, R., … & Lowy, J. (2007). Effects on violence of laws and policies facilitating the transfer of juveniles from the juvenile justice system to the adult justice system: A systematic review. American Journal of Preventive Medicine32(4), 7-28.

Potter, R., & Thomas, P. (2001). Engine immobilisers: how effective are they. National CARS project, Adelaide, Australia.

Soto Urpina, C. (2016). Las dos caras de la prevención situacional: el desplazamiento y la difusión de beneficios. Una investigación criminológica sobre el cierre de dos macro prostíbulos en una localidad catalana.

Welsh, B. C., & Farrington, D. P. (2008). Effects of improved street lighting on crime. Campbell systematic reviews4(1), 1-51.

 

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